Unos tímidos nubarrones empezaron a entrar en escena. Otros, más enérgicos y tenaces, decidieron desbancarlos y ocupar la primera fila. Ahí llegaron, implacables, sin piedad hasta conseguir su objetivo.
Nada hubiese podido presagiar este huracán que iba a instalarse en su vida. En un cerrar de ojos, los nubarrones la empujaron hacia las tinieblas. Ahí quedó envuelta por unas cenizas donde ni siquiera podría escribir su nombre. Todo se volatilizaba. El precipicio esparcía sus tentáculos para atraparla en su seno.
Llegó la hora de la verdad. pero esta se había esfumado pisoteando la realidad. No se marchó a hurtadillas. Socavó un laberinto sin retorno.
En medio del túnel encontró una hoja. La cogió entre sus manos. La inspeccionó. Nada. No aparecían más que sus huellas sucias. Entonces se deshizo de ella sin darle mayor importancia. En ese instante la página voló hacía ella como si se hubiese levantado el viento. Sin embargo, ni una sola rama se movía al exterior. Su imagen se reflejó entonces en esa hoja anónima, la de una persona desconocida, perdida en la vida.
Hizo ademán de deshacerse de ella, una y otra vez, pero en vano. Se aferraba a su lado como el bebé en el seno materno.
De repente, una voz cálida irrumpió la soledad. La invitó a seguirla. Se dejó llevar por su firmeza hasta llegar a un lugar desconocido. Ahí, detrás de un gran ventanal por donde los rayos de sol iluminaban la estancia, quedó cegada por un instante. La luminosidad irradiaba todos los rincones. En medio de tanta luz, un pequeño estanque le devolvió una fisionomía totalmente distinta.
Ahí, en medio de sus sollozos, se dejó arropar y acunar.
LRS

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