EL ÚLTIMO SENDERO
-I-
La noticia del día anterior convirtió a Sofía en una mujer desconocida. En solo un instante, su mirada se apagó, su temple se desmoronó. Un violento torbellino la arrastró a un lugar sombrío y desconocido.
La llamada la pilló por sorpresa, cerca del aparcamiento compartido con Clara. El estridente ruido a su alrededor apenas le dejaba comprender las palabras al otro lado del teléfono.
—¿Es usted Sofía García?
—Perdone, no le entiendo.
—¿Es usted Sofía García? —volvió a preguntar una voz seria.
—Así es. ¿Quién es usted?
—Llamo de la Guardia Civil. Siento ser portador de malas noticias. El móvil de su madre señalaba este número como hija suya. Lamento decirle que su madre ha tenido un accidente.
—¿Un accidente?
—Sí.
—Pero ¿dónde está? ¿Es grave?
Sofía en ese instante quedó paralizada, sin poder pronunciar palabra. Su casi imperceptible respiración le causó un fuerte mareo. A su alrededor todo pareció dar vueltas, los árboles a lo largo de la calle, los edificios, las personas que cruzaban la calzada apresuradamente. Durante un momento se apoyó a una farola para evitar un posible desmayo. Cuando se sintió capaz de reanudar la marcha, al cruzar por un paso de peatones con el semáforo en rojo,, oyó los gritos de un conductor enfadado, pero sus sentidos habían quedado mermados. Siguió con la mirada fija hacia delante, los ojos turbios por las lágrimas.
—¡Está usted ahí? ¿Me escucha?
—¿Cómo ha ocurrido? ¿Cuándo?
El guardia civil contestó a sus preguntas con voz clara y firme. Sin embargo, ella no conseguía entenderlo, el pensamiento bloqueado. Al cabo de un rato, el guardia civil se despidió, reiterando sus condolencias. A su alrededor, ni los ruidos estridentes de los coches ni la gente que se agolpaba a su alrededor, la hacían reaccionar. Aceleró el paso para ir a recoger lo esencial. Cuando entró, todavía no había asimilado lo ocurrido.
Apoyada a la ventana de su habitación donde, un momento antes, había preparado su equipaje de forma muy precipitada, sin pensar apenas en la ropa necesaria, intentó serenarse antes de emprender el viaje. Pero, a pesar de sus esfuerzos, sus ojos, ni siquiera se fijaron en algunos de los árboles centenarios que solía admirar desde la terraza de su apartamento. En otras circunstancias, se hubiese asomado para contemplar sus troncos retorcidos, sus inmensos brazos abiertos a los pájaros en busca de descanso. Ni el murmullo de la fuente ni las reprimendas que recibían los niños al desobedecer a sus madres por querer zambullirse, despertaron sus apagados sentidos. El mundo el suyo, se había teñido de gris.
LRS
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CONTINUARÁ.....................
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